Tegucigalpa, Honduras.- En Honduras, ser niño o niña no garantiza estar a salvo. Según el reciente monitoreo de la Coordinadora de Instituciones Privadas por las Niñas, Niños, Adolescentes, Jóvenes y sus Derechos (Coiproden), 49 menores de entre 0 y 17 años fueron asesinados en los primeros cinco meses de 2025. Estas cifras revelan una cruda realidad: un país que no logra proteger el derecho más básico de su infancia, el derecho a vivir.
Además, el informe incluye a otros 186 jóvenes entre 18 y 30 años, víctimas también de muertes violentas, sumando un total de 236 personas menores de 30 años asesinadas en solo cinco meses. Un saldo trágico que expone la vulnerabilidad extrema en que se encuentra la juventud hondureña.
“No lo dejaron ser niño”
En los barrios marginales, los nombres de estos niños son apenas susurros, sus rostros no circulan en redes sociales y sus historias quedan olvidadas en los noticieros. Solo quedan los gritos ahogados de madres que los recuerdan con sus uniformes escolares o con la pelota bajo el brazo.
Una madre de la colonia Los Pinos en Tegucigalpa relata, bajo anonimato por miedo, el dolor que vive: “Mi hijo tenía 13 años, amó los videojuegos, soñó con ser ingeniero. Un día salió a la tienda y no volvió. Lo mataron a dos cuadras de la casa”. Historias como esta se repiten en ciudades, pueblos y comunidades rurales donde la educación es precaria, la policía ausente o temida, y las oportunidades inexistentes.
La niñez hondureña queda atrapada entre pandillas, drogas, armas y un silencio impuesto por el miedo. A pesar de que Honduras firmó hace décadas la Convención sobre los Derechos del Niño, la realidad desmiente cualquier avance: los niños mueren mientras los mecanismos de protección se debilitan, los presupuestos se recortan y las instituciones hacen la vista gorda.
Una defensora de derechos humanos de la zona norte lo expresa con contundencia: “No se puede hablar de un país con futuro si su infancia muere antes de crecer”. El dolor de una madre que entierra a su hijo es inenarrable. Pero aún peor es el silencio social que normaliza la violencia y convierte el crimen en rutina.
Estos 49 niños asesinados entre enero y mayo de 2025 no deben ser olvidados. Son una advertencia clara de que la violencia no discrimina edades y que, mientras no haya justicia y prevención efectiva, Honduras seguirá perdiendo su futuro.
Cada niño asesinado es una derrota colectiva, pero también una llamada urgente a la acción. Aún es posible cambiar el rumbo si el país decide mirar de frente, actuar con voluntad y proteger, de una vez por todas, a su niñez. Redacción Martha C.C.