Luka Doncic es un fenómeno del básquetbol. Nadie descubre nada diciendo esto. Pero una cosa es cuando tiene el balón en sus manos y otra muy distinta cuando tiene que agacharse y defender.

Es, algo así, como Harvey Dos Caras. Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Una manta corta: taparse los pies para destaparse el torso. Y viceversa.

Palabras más, palabras menos, Nico Harrison hizo, quizás, el peor cambio de la historia del básquetbol. Pero tiene un punto. Hoy, en playoffs, cuando se juega de verdad, queda en evidencia.

Ya no se trata de las quejas de Doncic a los árbitros. No es un tema de forma ni interpretación. Es prueba empírica: Luka es en este momento la versión 3.0 del James Harden que conocimos en Houston Rockets. Letal en ataque, un cono en defensa. ¿Sirve? Por supuesto que sirve. Pero para ganar cosas importantes es insuficiente.

Harrison tenía razón en algo: no se puede jugar con un físico así a los 26 años recién cumplidos. Es, realmente, un desperdicio. Porque Doncic, en plenitud, es el básquetbol total. Hace cosas que los demás no pueden intentar ni siquiera en sueños. Pero no alcanza con los pases de espalda, las asistencias sin mirar o los tiros imposibles. La NBA, y más precisamente los playoffs, requieren más que esto. Los Lakers lo saben. Los fanáticos lo empiezan a entender.

Luka Doncic ya tomó nota al respecto.

LeBron James, con 40 años, en su temporada 22, está salvando a los Lakers de la cantidad de desajustes que se producen por las grietas defensivas. Hay que recurrir a lo extraordinario para resolver situaciones básicas del juego. Defensas zonales matchup con ajuste al portabalón, compañeros con desplazamiento defensivo y tamaño como Rui Hachimura en constante movimiento, piernas rápidas para pedalear lo que otro no pedalea.

Así están los Lakers, en un todos para uno que no alcanza porque, al final de los partidos, Doncic se cansa y finalmente se revela la edad de LeBron. No es casualidad que en esos momentos sea Austin Reaves el que tenga que aparecer en plano principal.

¿Vamos a los números? En el último cuarto, LeBron y Doncic anotaron siete puntos combinados, con 1-8 en tiros de campo. Los Lakers desperdiciaron una ventaja de 13 puntos en ese lapso.

Si le sumamos que la segunda unidad no existió para J.J. Redick en el cuarto juego, la cosa se hace aún más preocupante. James, Doncic, Reaves, Dorian Finney-Smith y Hachimura jugaron el segundo tiempo completo, y se trata, según nos cuenta ESPN Stats, de la primera vez que un quinteto no hace una sustitución en los últimos 25 años.

Los Lakers jugaron tres cuartos excelentes, resolviendo bien los doblajes sobre Doncic, con un jugador en el poste alto para recibir y uno o dos pases extra para encontrar tiradores abiertos. Básicamente, lo mismo que le hizo Minnesota en el Juego 1 en el Staples Center con los doblajes a Anthony Edwards. Fue tan bueno lo de Los Angeles que igualaron su máxima de franquicia en triples convertidos en un partido (19), pero también llegaron a su novena derrota en fila como visitante. Una racha diabólica que refuerza una máxima del deporte: «El ataque gana partidos, pero la defensa gana campeonatos».

De las últimas 18 series que los Lakers estuvieron 3-1 abajo, perdieron 17. Y la derrota del domingo en el Target Center, cargada de desesperanza por la ventaja dilapidada, no es más que un empujón más hacia el abismo.

Reddick, en conferencia de prensa, se quejó y dijo que Jaden McDaniels le había hecho una zancadilla a Doncic en una jugada trascendental en el último minuto de juego que obligó a que gasten el último tiempo muerto disponible, que hubiese sido clave para intentar un triple cómodo para empatar e ir a tiempo extra. Doncic, fiel a su estilo, aprovechó la misma silla post partido para reforzar la mirada en el mismo momento.

Las excusas funcionan así. Quedarse con el árbol en vez de ver el bosque. Doncic es hoy, en defensa, el objetivo primario de cualquier ofensiva: lo atacan porque no tiene piernas. Porque no puede detener a ningún perimetral NBA en el uno contra uno. En ataque lo desgastan, lo molestan, lo empujan y por supuesto, un equipo joven e intenso como Minnesota, logra el objetivo: el esloveno llega al final de los juegos agotado y sin reservas en el tanque.

Quienes pensaron en algún momento de la temporada que los Lakers podían ser campeones de la NBA comprenden hoy que fue algo así como un espejismo. El bombardeo lógico en los mercados grandes: la ilusión compartida desdibuja la realidad concreta. Y eso que los Lakers no lo hicieron bien en serie regular: lo hicieron fantástico. Muy por encima de lo que se pensaba en la previa, más allá de que este equipo, en su génesis, era distinto: no es lo mismo Anthony Davis que Doncic. ¿Mejor? ¿Peor? No sabemos. Solo diremos distinto.

Luka Doncic es una bendición para la NBA. Un milagro nacido en Eslovenia con crecimiento en Madrid. Pero a los milagros, hay que ayudarlos. ¿Mejores compañeros? Quizás. Pero primero necesita cambiar él para que todo cambie. Lo supo Michael Jordan. Lo siguió Kobe Bryant. Stephen Curry. Lo sabe también LeBron James.

El talento, por sí solo, es histérico: seduce, pero no concreta. Alimentación, descanso, gimnasio y también, por supuesto, básquetbol.

La pretemporada próxima será más importante que nunca. Hacer lo necesario y mantenerse. Los Lakers lo tienen en ataque. Lo necesitan también en defensa.

Harrison lo descartó porque concluyó que no podía. Solo una persona puede enseñar con hechos lo contrario: Luka Doncic.

Nunca es demasiado tarde.

Seremos todos testigos de sus acciones. Con información de ESPN

¡DIOS BENDIGA A HONDURAS!